jueves, 3 de marzo de 2011

Sermón parroquial de John Henry Newman

 Dios acepta a los que se le acercan con fe, sin nada en las manos más que la confesión de sus pecados. Esta es la más alta dignidad a la que aspiramos normalmente, a entender nuestra propia hipocresía, insinceridad y superficialidad; a reconocer, cuando rezamos, que no somos capaces de rezar como conviene, arrepentirnos de nuestros arrepentimientos frustrados, y a someternos completamente al juicio de Dios que, si bien puede ser exigente con nosotros, nos ha manifestado su amor y su bondad al mandarnos rezar. Mientras nos comportamos así, nos iremos dando cuenta de que Dios lo sabe todo antes de que se lo digamos, y mucho mejor que nosotros. Él no necesita enterarse de nuestra ínfima valía. Lo nuestro es rezar con el espíritu y el tenor del mayor abajamiento, pero no necesitamos buscar palabras con que expresarlo adecuadamente, porque en realidad no hay palabras demasiado malas para nuestro caso. Hay hombres disconformes con la confesión de los pecados que se hace en la Iglesia porque les parece demasiado suave; pero es que no puede ser más fuerte. Contentémonos con esas palabras moderadas que se han usado siempre; será muy buena cosa si entramos en ellas. No hace falta buscar palabras apasionadas para expresar el arrepentimiento cuando ni siquiera entramos como es debido en las expresiones más corrientes.
Así pues, cuando ores, no seas como los hipócritas, que actúan hacia fuera, ni hagas vanas repeticiones como los paganos. Calmémonos, pongámonos en silencio y de rodillas como quien se prepara para algo que le supera, dispongamos nuestro espíritu para nuestra imperfección de orantes, repitamos mansamente las palabras de nuestra maestra la Iglesia y hagamos nuestro el deseo de los ángeles de comprenderlas. Cuando llamamos a Dios nuestro Padre Todopoderoso o nos reconocemos miserables pecadores y le pedimos que nos perdone, acordémonos de que, aunque estemos usando una lengua extraña, Cristo está pidiendo por nosotros con esas mismas palabras y con un completo entendimiento de ellas y poder efectivo; y que aunque no sabemos lo que debiéramos pedir, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inenarrables.

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